martes, 14 de abril de 2009

El fin de la Terminal.

Fotos: Mario Liotta.



Cuando dejé de hablar con un interlocutor ocasional, hacía dos minutos que el edificio de calle Sarmiento y Ciudad de Esperanza dejó de ser la Terminal de Colectivos de Rafaela. Contemplé a mi alrededor, la gente que caminaba por la plataforma 3 no se veía muy diferente a la que me rodeaba 120 segundos atrás, pero lo cierto es que ellos estaban en otro lugar. En ese breve lapso, quienes allí estábamos habíamos abandonado la central de colectivos, para estar parados en un antiguo galpón en desuso, propiedad municipal sin función ni propósito. En el mundo de las disposiciones gubernamentales, la Terminal se ubica cinco kilómetros hacia el noroeste de ese lugar, y eso sucede desde las 00:01 del martes 14 de abril de 2009. Un segundo antes, este antiguo inmueble del barrio 30 de Octubre seguía siendo lo que fue durante los últimos 43 años: el primer lugar al que se llega, y el último antes de dejar todo atrás.

La Terminal de Rafaela fue inaugurada en 1966 con el objetivo de centralizar las líneas de colectivos interurbanos durante los siguientes cinco años. Pero este lugar no nació ese año, sino a fines de siglo XIX, y albergaba hasta entonces al Mercado Municipal, que se trasladó en una galería al costado de la, entonces, Nueva Terminal. Algunos aseguran que el gobierno de Rodolfo Muriel planeaba entonces reemplazarla por un nuevo edificio que estaría ubicado a un costado de la estación de tren Mitre. Pero nada de esto ocurrió, y las paredes del viejo mercado albergaron a los colectivos de todas las líneas que llegaron a diez plataformas y ocho boleterías.

Cuando fue inaugurada, Rafaela no tenía más de 50 mil habitantes. A su clausura, el edificio de calle Sarmiento deja de ser el epicentro de las comunicaciones terrestres de toda una vasta región que alberga a 150 mil personas. Muy pocas obras se hicieron desde mediados de los `60 hasta ahora, a pesar de que pasaron muchos gobiernos que se jactaron de su alto nivel de obra pública. Fue durante la intendencia de Ricardo Peirone, a comienzos de esta década, cuando se planteó por última vez la posibilidad de su traslado.

Yo la frecuento desde 1996, cuando me hice habitué de su café, que contaba con una ventana única que da a la esquina de San Martín y ciudad de Esperanza, pero comprendí el alto impacto en la idiosincrasia local mucho tiempo después. Fue a principios de 2008 cuando me interesé por su historia y su significado.

De allí hasta hoy, inspirado en esos simbolismos, escribí más de treinta poemas que, en conjunto, tienen nombre. Los últimos días de la Terminal comenzó siendo una sospecha, una idea que fue tomando forma a medida que exploraba posibilidades de formato. En esa búsqueda hablé con muchos amigos artistas sobre el tema, pedí a algunos de ellos que participaran, y la respuesta fue dispar. Algunos dijeron que no, otros dijeron que sí y no hicieron nada, otros dijeron que sí e hicieron algo, y otros dijeron que sí y se metieron hasta el fondo. Entre los últimos, el que más se interesó por el proyecto es el fotógrafo Mario Liotta, que abrió un Flickr para empezar a testear el resultado de esta obsesión que, felizmente, logré contagiarle.

Hoy terminé de escribir Los Últimos días de la Terminal, después de un año de trabajo. A las 00:15, cuando los funcionarios municipales cruzaron las barreras en la puerta principal de calle Sarmiento, puedo decir que cerré este manojo de palabras que pronto, espero, vea la luz. Mario tiene un montón de fotografías que registran con un ojo profundo y certero imágenes que son testimonio de un espacio lleno de afectos, momentos y recuerdos para todos los rafaelinos. Mario hizo un trabajo increíble con su cámara, indagó en las sensaciones del viajero, en los espacios del que llega, en las miradas del que se va. Cada instante registrado es holístico, una parte indivisible de un todo que es la mirada de un hombre que, también, es todo los hombres. Liotta nos invita a que recorramos junto a él, compartamos su mirada, en un espacio que se esfuma como transheúntes fantasmales que cruzan las plataformas.

Por mi parte, creo que Los Últimos días de la Terminal es una crónica en clave de poesía sobre lo que nos pasa cuando llegamos y nos vamos de un lugar al mismo tiempo. Sospecho que esas paredes con pintura raída y múltiples manchas de humedad tienen mucho más para narrar de nosotros mismos que todos los libros de nuestra historiografía.

Por este lugar que hace instantes fue cerrado y reseteado, caminé algunos cientos de pasos desde mi casa cerca de las once de anoche, con el objetivo de ver su agonía, apenas percibida en ese segundo que duró la caída. Alguien me preguntó segundos antes de la clausura, si después de las doce iría a ver la Terminal nueva en funcionamiento. En un rapto de iluminación muy poco frecuente en mí le dije que no iba ir a ese lugar, porque ese moderno edificio de la ruta nacional 34 es sólo una terminal de colectivos. Una de tantas miles de terminales que pueden verse en cualquier ciudad del mundo.