Me cuesta mucho escribir sobre la última dictadura militar. Nací el 29 de mayo de 1979, el Día del Ejército Argentino, un domingo al mediodía. No se si existe un momento donde el Proceso estaría en su punto más álgido. Mi familia estuvo lejos de estar signada por el asesinato en masa. Respetable comerciante, viajante tiempo completo, mi padre me contó que vio el famoso Comunicado Número 1 comiendo en una parrilla en la ruta. "Me pareció algo normal, en esa época había golpes de estado todo el tiempo", dijo mi viejo en una sobremesa de mi adolescencia. Sin embargo, Malvinas sí fue importante. Mi hermano mayor, Javier, hizo la Colimba en Puerto Madryn, en 1982. Lo cargaron 3 veces en camiones para llevarlo a Malvinas. Lo hizo sacar una familia de allí, que se habían hecho muy amigos, y que sabían que él era asmático. Si Javier iba a Malvinas, se moría de frío.Hoy le dice a sus hijos que la Colimba lo formó como hombre. Por todo esto, la Dictadura siempre fue un terreno de charla entre mis amigos, no había mucho que decir adentro de mi familia. Pienso en mi amigo Mariano, cuyos padres murieron asesinados en la calle en Córdoba. "Mi papá tenía nombre clave y todo. Era Halcón algo", me contó Mariano una madriugada de paseo y charla por Rafaela. Mariano se niega a ir a los actos por la memoria a los que lo invitan en calidad de hijo de desaparecido. Para él, la Dictadura es una historia íntima.
Decía que me cuesta mucho escribir sobre la dictadura, porque es como si te pidieran que escribas sobre la casa en que viviste hasta que tenías cinco años. Tengo un sólo recuerdo de esa época: estar mirando televisión. Se me ocurre ahora que no es un mal recuerdo, que en ese tiempo todos mirábamos televisión. Como mi papá, en esa parrilla de viajante. Como yo, sentado de piernas cruzadas abajo de la tele. Como mi hermano que, por suerte, a la Guerra también la vio por tele. Como todos los que miraron las cosas suceder y no fueron parte, por desinterés o cobardía. Todos los 24 de marzo se recuerda a quienes lucharon contra un régimen asesino. Pero yo no dejo de pensar en los que colaboraron con inacción u omisión. Porque, a fin de cuentas, ahí estamos muchos de nosotros, más ligados a aquellos que agitaron las banderitas y pidieron cañonazos que a quienes, como los papás de Mariano, dejaron su vida y la de sus hijos en manos del destino. Por eso no puedo más que dibujar un texto confuso, porque a 35 años de aquel tiempo, no hay muchas cosas que tenga clara, y el velo de la culpa sigue ahí. Confío en que la próxima generación, la que nació en democracia, pueda usar la máquina del tiempo con la distancia necesaria para entender mejor. Nosotros, los que cargamos una mochila que no compramos, no podemos más que, resignados, decir que #NuncaMás una y otra vez, como un conjuro aprendido en algún viaje místico, que no se comprende pero se sabe efectivo.
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